Majestuosa es su figura, más imponente incluso que el propio cosmos, pues ese es su terreno y sus presas son las mismas galaxias. Es ahí donde él se impone ante todo lo demás, y pobre de aquel que decida hacerle frente a esta horrible pero también enigmática criatura. Sin embargo, no es solo su incalculable e infinito tamaño lo que le hace un ser de terror, ni siquiera sus gigantescas fauces o su rugido, que se asemeja al de un estruendo masivo proveniente de la más poderosa de las tormentas. Es su apetito voraz e insaciable, junto con su perseverancia, lo que hace de este ente un ser abominable, tanto así que su mera mención hace que incluso los mismos cúmulos estelares tiemblen de pánico y horror.
Varios son los nombres que se le han atribuido a lo largo de los siglos, y ninguno ha sido suficiente para hacer honor a su existencia. Y aunque llegue a tener uno, sería irrelevante, ya que nadie podrá experimentar el verdadero terror y angustia hasta que su presencia pueda sentirse en carne propia. Es ahí y solo ahí donde el verdadero pavor nace en los corazones de la gente.
Nadie sabe de dónde proviene, cuántos años tiene y, más importante aún, qué es lo que le da tanto poder e ímpetu. Es difícil responder, ya que todo apunta a que es más viejo que el propio universo, que procede de un lugar ya extinto, y muchos insinúan que él es el último de su especie. Un destino cruel para tan noble criatura, que ha de vagar por toda la eternidad en un vasto e infinito universo, el cual cada vez se hace más frío, oscuro y solitario.
Es tan gigantesco en tamaño que su propio cuerpo supera las paradojas del espacio tiempo, en tal medida que seguramente sea posible visualizarlo en diferentes eras y en diferentes instantes de la historia, convirtiéndose en un referente de lo complejo y paradójico que es el firmamento en su forma de percibir el tiempo, tan relativo y singular. Lo más probable es que el principio de la criatura se encuentre en un lugar que existió incluso antes que el propio Big Bang, que la mitad del cuerpo sea visible durante la mediana edad del cosmos y que la cabeza, a pesar de seguir circulando en un universo vivo y visible, quién sabe si ya habrá llegado al final de este.
Como un formidable y extenso explorador boreal, el devorador siempre ha de circular la bóveda celestial, en busca de alimento, en busca de refugio, en busca de su próximo destino. Sin pausa, pero sin prisa, puesto que el tiempo le es tan relativo que lo que para nosotros es una eternidad, para él es un instante de nada.
Han sido años, si no es que siglos, el tiempo que el ser humano ha estado debatiendo y teorizando sobre cuál es el origen del todo. ¿Cuál es el origen del universo?, ¿cuál es el origen de la vida?, pero principalmente, ¿cuál será el final? Y es que han sido cientos y miles los científicos que, durante la historia, han dado su vida y toda su carrera porque se les atribuya la respuesta que le ponga fin de una vez por todas a aquellas interrogantes que a muchos no les permite pegar el ojo.
Lo más destacable aquí es el hecho de que el propio hombre es capaz de crear sus propios universos, con sus propias leyes de la física y gravedad, y alterar estas a como dé lugar y a su propio gusto y conveniencia. Todo eso derivado de su misma mente y posibilidades, en donde el único límite que existe es la imaginación de cada uno. Tener dichas capacidades suena como algo llamativo, si no es que fascinante, ¿no?
Sin embargo, es crucial destacar un punto, y es que sin importar en cuál mundo o realidad nos encontremos, siempre vamos a ser un pequeño eslabón de algo mucho más grande que escapa a nuestra limitada comprensión. Pues si nosotros, siendo una raza civilizada y avanzada, no somos sino dioses para la diminuta e insignificante comprensión de una hormiga, de igual forma, para alguna otra raza increíblemente más avanzada y capacitada que nosotros, en algún lugar del universo, podemos ser incluso menos que eso. Y de la misma forma, podría existir incluso alguien o algo que pueda superar con creces las expectativas de cualquier otra raza, infinitamente más desarrollada que la anteriormente mencionada y más. Algo que nosotros no conozcamos y que muy probablemente nunca queramos conocer.
Algo con tal poder y magnitud que el universo y la creación misma no sean más que un producto derivado de su alocada, retorcida, infame, e incomprensible imaginación, y que nosotros no seamos más que un insignificante engranaje en un vasto y enorme mecanismo o mente superior. Al igual que muchas veces nuestros átomos, moléculas, y también neuronas nos pueden parecer insignificantes dado a su microscópico tamaño, pero que aún así forman parte de nosotros, de nuestro cuerpo a lo largo de nuestra vida.
Somos y seremos siempre incluso más diminutos e insignificantes que eso y todavía mucho, mucho más. Sin importar cuánto avancemos a nivel tecnológico o social, comparados con aquello que es el todo en uno y el uno en todo, no somos nada. Y no lo seremos nunca. Pues es la gran mente lo que se alza ante todo lo que fue, todo lo que es y todo aquello que jamás podrá ser. Pues el universo y toda la realidad no son más que una simple creación accidentada de su vasta, imponente, inenarrable, horrible, cruel, burlona e incomprensible imaginación.
- José Joaquín Díaz
Existe belleza al llorarJosé Joaquín Díaz
“Es al llorar donde más me siento especial, puesto que es ahí donde recuerdo mi humanidad, y más honesto me puedo mostrar”. (José Joaquín Díaz, 2021)
Hay belleza en un llanto sincero, un conjunto de vibraciones que estremecen el cuerpo y nos deja sin aliento. Una mezcla de emociones y sensaciones que nos hacen reflexionar, pensar, cuestionar, odiar, amar, y mucho más.
Cuando uno llora de verdad, lo hace con el corazón y mente en blanco, no hay cabida para pensar ni decir nada, solamente actúas de una manera instintiva e inconsciente en donde solo dejas que tu cuerpo se exprese y diga lo que siente.
Existe belleza al llorar, pues es ahí en donde demostramos humanidad, unas lágrimas sinceras vienen acompañadas de suspiros y asfixias; en efecto, es un movimiento certero por parte de nuestro cerebro.
Al llorar son las emociones quienes se expresan, en un llamado urgente de necesidad y socorro. Como la más fuerte de las tormentas, ya que arrasa todo lo que se le acerca, y no deja huella ni rastro.
No existe huella o rastro de dolor al llorar, solamente es un acto de honestidad, en donde no importa la edad, volvemos a ser niños y sentirnos vulnerables, solo los cobardes niegan y se reúsan a llorar. En cambio, una persona con corazón no tiene miedo a mostrar su humanidad.
Existen gran variedad de llantos, y puede que parezca difícil identificar cuando son reales y cuando falsos. Cierto es que un llanto de verdad no cae en el momento ni escenario adecuados, en donde la situación parece sacada de un guion.
Cuando uno llora de verdad, no le importa verse bien, no le importa si le escucha el mundo, o si lo llegan a juzgar. Cuando lloramos de verdad, no razonamos nada más allá de la mera acción y el hecho.
Solo una madre puede ver belleza en el llanto de su hijo, solo alguien sincero llora sin sentirse arrepentido. Es solo cuando más sentimos y más humanos nos percibimos, en donde lloramos sin sentido.
Ya sea de alegría o tristeza, de euforia o rabia, de amor o despecho, es solo al llorar en donde más transmitimos, puesto que es la cúspide del sentimiento y acto reflejados en un solo movimiento exquisito.
Por supuesto que hay belleza al llorar, cuando los actos y emociones se mezclan con armonía, en un conjunto de lágrimas y mucosidades formando un espectáculo que para muchos es difícil de contemplar, pero que, en algún momento, todos hemos de protagonizar.
Voy conduciendo en mitad
de la noche en mi Mercedes AMG GT, y lo único que mis ojos alcanzan a percibir
es la incandescente luz que me ciega e impide ver hacia dónde voy. No puedo
ver, al menos no con claridad. Solo puedo percatarme de que acelero a una
velocidad vertiginosa por una carretera llena de luces deslumbrantes, que me
impiden ver el final de la misma y, por tanto, el destino que me aguarda.
Nunca sabremos qué nos
espera al final de esta extensa y tardía carretera, y las luces que la rodean
no hacen más que cegarnos la vista más allá de la punta de nuestra nariz, y eso
nos hace crear inseguridades. Inseguridades que nos causan dolor y angustia, y
que nos hacen temer al futuro. En efecto, es un futuro incierto e impredecible,
pero no debes temer, no te ofusques por cuánto más has de durar en esta
interminable carrera o por cuánto tiempo sigues y podrás seguir en ella.
Yo me preocupo de cuánto
y cómo voy a disfrutar el viaje. No puedo predecir qué va a pasar después, me
encantaría poder hacerlo al igual que muchos otros quisieran, pero la realidad
es que no puedo, y eso no es motivo de desánimo.
Hay quienes deciden mirar
de manera insistente a las radiantes luces que iluminan la pista, incluso si
estas les hacen daño. Hay quienes no pueden más y, en un colapso, sueltan el
volante y tras perder el control se estrellan antes que otros. Hay quienes sueltan
el volante, pero confían en que llegarán a salvo al destino que les resguarda
al final. Hay quienes lo agarran firme y deciden no soltarlo por nada del
mundo. Hay quienes no prestan atención por dónde van, y por dejarse embelesar e
hipnotizar por fantasías y sueños, se estrellan antes que otros. Hay quienes,
por asegurar al máximo su éxito y objetivo, mantienen la mirada fija y no la
despegan del frente y, por tanto, se pierden de los pequeños placeres que
ofrece el viaje.
El cómo quieras conducir,
los caminos que escojas, e incluso el auto que ostentes, es algo que yo no
puedo decidir. No me corresponde. A lo que me puedo limitar es aconsejarte y
guiarte lo máximo posible por caminos que sé que no te vas a estrellar, gracias
a mi experiencia y conocimiento, y que, aun así, hasta ahora no me impide
tropezar con un bache, guijarro, u obstáculo en el camino.
Es solo tras detenerme, y arreglar lo que está roto; corregir lo que está fallando; aceptar lo que está obsoleto; establecer de nuevo mi ruta; organizar las decisiones que tomo; y prepararme para el destino que me aguarde, en donde me siento nuevamente preparado para seguir con este recorrido que parece interminable en un principio, pero que no lo es.