Recuerdo con detalle
aquella noche. El clima era frío y una espesa niebla cubría todo a mi
alrededor, de tal manera que me resultaba imposible ver más allá de
aproximadamente dos metros por delante.
Cómo terminé en aquel
lugar es algo que escapa a mis recuerdos. Lo último que sabía era que me había
ido de aquel extravagante, descuidado y muy pecaminoso cabaret donde se
encontraban mis ex compañeros de universidad, festejando la despedida de
soltero de mi buen amigo Martin Gordillo. Un amigo en común había ofrecido
hacer dicha despedida en ese apestoso establecimiento como recompensa por
encubrirlo en una infidelidad. Dadas las circunstancias del evento y el
terrible y mediocre espectáculo que estaban presentando, decidí irme por mi
cuenta hacia mi hogar, una decisión fatal sin duda, puesto que me encontraba a
varias horas de distancia y, estando borracho, no podía pensar con claridad. Es
por eso que decidí irme, aunque fuese a pie.
Recuerdo haber
caminado durante varias horas por lo que creía que era la ruta de regreso hacia
el centro de la ciudad, donde había quedado con mi amigo. A medida que
avanzaba, el camino se hacía cada vez más irreconocible y abundante en
vegetación, hasta el punto de que solo quedaba una extensa carretera rodeada
por una especie de mural selvático. La única guía que me quedaba eran las
tenues e intermitentes luces de esos viejos postes de luz. En cierto punto de
mi travesía, decidí detenerme bajo la vaga, pero reconfortante luz de uno de
los postes que se encontraban por la zona. En un estado más alterado y
nervioso, comencé a mirar repetidamente a los lados de la carretera con la
esperanza de que apareciera algún vehículo que me recogiera y me indicara en
qué zona de la ciudad me encontraba.
Sin embargo, no fue
sino en el momento en que me detuve a respirar un segundo para retomar la
calma, cuando el alcohol empezó a dejar de hacerme efecto, que pude visualizar
al otro lado de la carretera la figura de lo que parecía ser un hombre. Aquel
individuo no parecía ser mucho más alto que yo, salvo por unos pocos
centímetros, y la irregular y desfalleciente luz del poste que lo alumbraba no
ayudaba mucho a distinguir otros rasgos característicos que me ayudaran a
especular sobre su edad. A pesar de estar desesperado por ayuda e indicaciones,
todos mis instintos me alertaron a gritos de que por nada del mundo me acercara
a ese hombre. La situación se convirtió en algo escalofriantemente tenso e
incómodo para mí. Mientras me disponía a mirar a los lados en busca de algún
posible vehículo, no dejaba de mirar de reojo a aquel señor que permanecía
firme e inmutable bajo la luz del viejo y desgastado poste.
No tardé en darme
cuenta de que había dejado su mirada fija en mí. Incluso llegué a plantearme si
en algún momento lo había visto girar la cabeza ni siquiera un milímetro en
cualquier otra dirección. Para disimular un poco, me dispuse a mandarle una
burlona señal de saludo levantando un poco mi brazo y abriendo ligeramente la
palma de mi mano. Sin embargo, a él no parecía importarle. Después de esta
vergonzosa situación, decidí mirarle lo más fija y detalladamente posible por
un instante. Antes de que lograra distinguir algo, sentí la escalofriante
presencia de alguien detrás de mí. Rápidamente, miré hacia atrás solo para
descubrir que no había nadie ni nada más que el espeso muro selvático. Volví a
poner mi vista al frente solo para darme cuenta de que aquel señor seguía
exactamente igual de tieso e inmóvil que hace un rato, lo cual me dejó aún más
exaltado.
Un poco más nervioso
y enfurecido, decidí nuevamente fijar mi vista en ese sospechoso señor para ver
si lo podía reconocer y tener un vago recuerdo de su rostro si algo me llegaba
a suceder. Fue entonces cuando sentí un horror absoluto al distinguir que ese
hombre no solo no había despegado su mirada de mí en ningún momento, sino que
además carecía de párpados, y que sus ojos, que aparentaban ser dos esferas
pálidas y brillantes, parecían hacerse cada vez más grandes hasta el punto de
parecer que salían de sus cuencas. En ese momento, entré en shock y quedé
completamente paralizado por el miedo. No podía mover ni un solo dedo y me
hallaba igual de estático que ese ser infernal. Sentía cómo mi corazón,
alterado por la situación, latía con más fuerza, hasta el punto de creer que
sufriría un ataque cardíaco en ese mismo lugar.
No sabría decir si lo
que ocurrió a continuación fue producto de mi burlona imaginación queriendo
jugarme una mala pasada por el pavor que sentía en aquel entonces, como si la
situación no fuera ya lo suficientemente surrealista, o si, por el contrario,
los hechos que voy a narrar ocurrieron de verdad.
En algún punto de esa
horrible experiencia, vi cómo aquel hombre, sin moverse un solo centímetro de
donde estaba, parecía acercarse cada vez más a mí, como si de repente el
espacio entre nosotros se fuera reduciendo considerablemente y a una velocidad
cada vez mayor. Yo, que en ese momento estaba completamente paralizado, solo
sentía la terrible necesidad de gritar por ayuda, hasta que finalmente pude
tenerlo muy cerca de mí. Fue un momento tan horrible y espantoso que puedo
decir sin vergüenza alguna que llegué a mojar mis pantalones al mismo tiempo
que veía en detalle ese frío, pálido, venoso y pútrido rostro cubierto de llagas
que excretaban un fluido parecido a… ¿pus? Tras eso, el maldito y desagradable
ente comenzó a abrir lentamente su boca de manera forzosa y con dificultad para
lo que parecía un intento de articular palabras, cosa a la que no le di la más
mínima importancia debido al nauseabundo olor que emanaba.
Desesperado
completamente, empecé a luchar para intentar salir de aquella parálisis y salir
corriendo lo más pronto posible sin mirar atrás. Después del forcejeo y antes
de que esa abominación pudiera decir algo, retomé el control de mi cuerpo y
aproveché para salir de ese lugar a toda prisa. No pasó mucho tiempo desde que
tuve a ese engendro frente a mi rostro hasta que estuve corriendo de forma
desesperada y torpe por el medio de la carretera. Con la respiración acelerada
y lágrimas brotando de mis ojos, no podía hacer más que rezar para que esa cosa
no estuviera detrás de mí persiguiéndome. Fue en un instante, cuando volví la
vista atrás, que de repente escuché el pitar de un vehículo. Antes de que
pudiera poner la vista al frente de nuevo, las luces de ese auto ya estaban
encima de mí y, posteriormente, solo recuerdo un estruendo y una ceguera
absoluta.
Desperté en este
cuarto de hospital con la noticia de que un adulto mayor me había impactado
ayer alrededor de las dos de la madrugada por una ruta cuyo nombre nunca había
escuchado. Después de que llegó la ambulancia y los paramédicos me recogieron
para traerme aquí, tras unas largas horas de cirugía para reconstruir mi
pierna, al despertar, uno de ellos, que parecía ser el más joven de todos, me
dijo que durante el camino al hospital solo repetía la misma oración una y otra
vez… —Él está detrás de mí, ¿verdad? Hasta que uno de ellos me respondió
diciendo que no había nadie a mis espaldas. Tras unos cinco segundos de
silencio, en contra de todo pronóstico, yo volví a voltear a ver y replicar,
—¿Y cómo sabes que no nos está siguiendo? Después de eso, el ambiente se volvió
denso y frío. Al mismo tiempo, el conductor de la ambulancia señaló a un
individuo que vio por la carretera saludando de forma burlona, alzando un poco
su brazo con la palma ligeramente abierta.