Eran
pasadas las once y media de la noche, y como de costumbre me había levantado
después de varias horas de trabajo para ir al refrigerador y comer un
aperitivo, me encontraba exhausto puesto que llevaba horas tratando de escribir
algo original para el artículo que habría de presentar el día de mañana. Trabajo
para la revista Men’s y se me encargó un artículo de dos páginas para la
sección de reportaje, se supone que me dieron una semana libre para descansar y
aun así aquí estoy, ya mucho tengo con verle la cara al editor todos los días
como para llamarle y escuchar su irritante voz, en fin, era cuestión de tiempo
para que terminarse fatigado y me entrara hambre, eso sumado al hecho de que
religiosamente me levanto todas las noches a las once y media para ir a la
cocina y zamparme algo, hacía inevitable que despegara de la silla y fuera
corriendo a la cocina. Al llegar, lo primero que hice fue abrir la alacena y
ver que podía comer; había unas galletas y alguna que otra bolsa de frituras
que ya habían sido abiertas pero que se encontraban selladas profesionalmente
con un clip de papel, eso y los clásicos enlatados de toda la vida. Sin
embargo, no me apetecía nada de lo que había ahí, sentía más bien ganas de un
recalentado o cualquier cosa que pudiera encontrar dentro de la nevera y
calentar en el microondas, entonces cuando cerré las puertas de la alacena y me
acerqué al frigorífico para abrirlo escuche algo similar a una pequeña sacudida
dentro del mismo, eso detuvo mi mano por un instante pero proseguí segundos
después ya que el hambre superaba por mucho cualquier sentimiento de alerta que
eso pudo haber provocado, cuando abrí el refrigerador y me dispuse a
inspeccionar que había en su interior lo contemple con extrañeza pues se
encontraba desértico, algo difícil de creer pues no había pasado ni un mes
desde la última vez que hice la compra, extrañado y algo confundido pero
principalmente agotado cerré la puerta con desilusión pensando que en algún
punto ya me habría terminado casi toda la comida, agarre una funda de papas y
otra de galletas y volví a mi estudio para culminar de una vez por todas con
ese chusco artículo.
Un
día después de su publicación mientras me encontraba en las oficinas
preparándome para salir recordé que tenía que pasar por el supermercado, ya que
era vital reabastecer el refrigerador dado que no había más comida en casa. Eso
sí, antes de irme el editor muy amable me entrego en las manos una copia de la
revista ya publicada que curiosamente tenía señalada las páginas sobre el
artículo que yo escribí.
Mientras
hacía la compra me aseguré al máximo de tener los suficientes suministros para
que no se me terminaran tan fácil esta vez, y así tener comida por lo menos
durante unos dos meses y medio. Cuando por fin pude llegar a mi casa y terminé
de colocar todo como corresponde me hice de una botella de ron y acordé
disfrutar mi fin de semana lo máximo que se me permitiera.
No
habían pasado ni dos semanas desde que había hecho la compra y ya empezaba a
notar que faltaban cosas dentro de la nevera, para ese momento ya me empezaba a
sentir bastante preocupado y desorientado, soy una persona que come bastante no
lo niego, pero nunca a ese nivel tan basto, y si fuera así por lo menos me
acordaría de que fue lo último que comí y también habría más platos sucios y
fundas de basura llenas. Toda esa situación empezaba a tornarse cada vez más
extraña y ridícula, hasta que un día cuando me había levantado casi a media
noche como de costumbre para ver algo de comer en la cocina, tras abrir el
microondas escucho nuevamente ese sonido característico que había oído aquel
primer día, solo que esta vez había sonado con mucha más intensidad y durante
más de un segundo —tal vez durante tres o incluso más— me quedé paralizado pues
había sido tan repentino y fuerte que no me sorprendería que hubiera despertado
a mis vecinos, me arme de valor y decidí abrir la puerta solo para asustarme
aún más al contemplar mi refrigerador nuevamente vacío, lo único que me impedía
conspirar como un loco y sacar conclusiones de índole supersticiosa era ese
pequeño lado racional y lógico que me caracterizaba, entonces decidí instalar
una pequeña cámara de seguridad que apuntaría directamente al refrigerador. Así,
durante las siguientes noches me dedicaría a observar que era lo que ocurría
mientras yo no miraba, durante una semana estuve ordenando comida a domicilio
para no morir de hambre y me aseguraba de comer todo pues no iba dejar nada
guardado en la nevera, en ese tiempo no comenté nada en mi trabajo pues quería
tener pruebas y confirmar cualquiera cosa antes de balbucear sin sentido y ser acusado
de loco o demente, y cada vez se hacía más agobiante y difícil puesto que no
había vuelto a ocurrir nada desde que instalé la cámara de seguridad, me
dispuse a meditar y me acordé que tampoco había vuelto a llenar el refrigerador
desde entonces, no iba hacer otra compra exorbitante solo para ver cómo todo se
esfumaba de un día para otro, entonces se me ocurrió ordenar cena para dos
durante la noche, solo que el segundo plato lo iba a dejar como señuelo dentro
del refrigerador, y tan rápido como lo dejé corrí hacia mi estudio y estuve
vigilando las cámaras toda la noche. Alrededor de las once y media cuando empezó
todo de nuevo vi por las cámara al frigorífico sacudirse ligeramente hasta que
en un momento se detuvo y un silencio etéreo había invadido toda la casa,
cuando estaba a punto de ponerme de pie e ir a ver si el plato estaba limpio se
empezó a escuchar desde el estudio un increíble estruendo cuyo origen se
encontraba sin lugar a duda en la cocina, rápidamente volví al computador y vi
como el aparato se sacudía de forma enervante al punto en que parecía estar
saltando, esto sin duda carecía de toda explicación lógica, ya que incluso daba
la impresión de que aquellos saltos tenían un origen colérico y muy arrebatado,
no sabía qué hacer y por obvias razones no iba a bajar y abrir el condenado artificio
hasta que todo se calmara, y daba la sensación de que nunca iba a detenerse.
Caí
desmallado y me desperté al día siguiente con serios dolores de cabeza, pero principalmente
por el área abdominal que venían acompañados de un enrojecimiento considerable
cuyo origen era completamente desconocido, llegué hasta la cocina y vi como
aquel condenado refrigerador estaba estático y sereno como si en ningún momento
se hubiera sacudido de manera salvaje, y así parecía hasta que bajabas la
mirada y contemplabas aquel piso de baldosa destrozado y convertido en polvo.
Decidido
a confrontar el problema de una vez por todas, ese mismo día fui a comprar
suministros y llenar nuevamente el aparato sin escatimar en gastos, todo con el
fin de finalmente ver que era lo que sucedía dentro de aquel condenado
electrodoméstico antes de finalmente deshacerme de él, llegué a la casa repleto
de bolsas de comida; encurtidos, latas, bebidas energéticas, gaseosas, algo de
licor, carnes en diferentes cortes y variantes, verduras, frutas, legumbres e
incluso cosas que no es necesario poner en un refrigerador, lo había llenado al
máximo, a tal punto que era casi imposible mantener la comida firme y que esta
no rebosara por los suelos, esperé al anochecer y lo hice paciente sin hacer el
más mínimo ruido y ni siquiera me moleste en ir al baño.
El
momento había llegado, ya eran casi las once y media y un escalofrió potente
invadió todo mi cuerpo, me era imposible dejar quieta la mandíbula y de un
momento a otro comenzó, la nevera empezó a sacudirse y estremecerse de forma
desesperada como si estuviera de alguna forma hambrienta y engullía todo lo habido
en su interior, al principio contemple desde la lejanía, detrás de un mesón de
granito en donde me sentía más que seguro. Aun así, no podía quedarme ahí
quieto toda la noche, necesitaba ver con desesperación que estaba ocurriendo
ahí dentro así que agarre valor y cruce aquel mesón hasta que estuve frente al
refrigerador, tomé le manilla y la abrí al instante sin pensarlo dos veces… lo
que vi aquella noche fue horrible, poco a poco la comida iba desapareciendo
como si detrás de ella hubiera un agujero negro que lo engullía todo, y mientras
menos comida había más visible era el horror.
Dos
manos largas y esqueléticas de una tonalidad fúnebre se movían con
desesperación por el interior del aparato, agarrando la comida y tragándosela
de un solo bocado sin molestarse lo más mínimo si el contenido venía
empaquetado o estaba al interior de una lata de metal, en cada palma se veía
con total claridad una boca horrible similar a la de una lamprea, cada mano tenía
un total de seis dedos y en la yema de cada dedo habían dos orificios profundos
y negros que constantemente se abrían y cerraban simulando lo que parecían
fosas nasales que posiblemente era lo que le ayudaba a identificar la comida,
cuando el desagradable espectáculo había culminado yo me encontraba pálido y
con ganas de llorar, y aquellos apéndices que se asemejaban a brazos humanos se
quedaron quietos como esperando algo de mí, más comida seguramente. —¿Acaso no
había sido suficiente con lo que serví? —respondí de forma exaltada. Entonces,
con desesperación y cólera, las extremidades comenzaron a moverse de forma
frenética y empezaron a estirarse de manera amenazante tratando de llegar hasta
mí, balanceando el refrigerador de atrás hacia delante para de alguna forma
tirarse encima y aplastarme, logre esquivar rápido aquel ataque y la nevera
cayó de frente contra el piso y no se volvió a mover más.
No
dormí nada aquella noche, y al día siguiente llame personalmente al servicio de
basura para que se llevaran esa maldita cosa lo más lejos de aquí, especifiqué que
no se molestaran en recuperar ni el más pequeño engranaje y se aseguraran de
incinerarla por completo.
Pase
dos semanas sin refrigerador y aproveché el tiempo para remplazar las baldosas
que se habían roto por el suelo y parte de la pared, pero en mi trabajo no dije
ni una sola palabra de lo acontecido pues no quería que la gente empezara a
especular que era un demente que veía “fantasmas” como excusa para deshacerse
de su antiguo refrigerador, cuando finalmente opte por comprarme uno nuevo me
aseguré al máximo que no tuviera ningún “orificio” por el que puedan caber dos
brazos y que estuviera lo más sellado posible, cuando lo instalé en la cocina
lo dejé con un plato de comida toda la noche y lo vigilé por las cámaras sin
despistarme un solo momento, hasta que por fin se había hecho de día. Tras
bajar abrí con miedo sus puertas y me llevé un enorme alivio al ver que el
plato todavía estaba ahí con la comida sin tocar, fui al supermercado a comprar
víveres para llenar nuevamente mi nevera y recobrar por fin mi vida normal,
cuando llegué dejé las bolsas encima del mesón y poco a poco fui sacando la
comida de sus fundas para ir organizando todo… mi expresión se petrificó y
quedó plasmada en algo horrible al ver que en el interior del aparato no había
ni plato ni comida.
Amnoth;
– criatura Inmunda.