“Empezar
a escribir es difícil cuando lo haces desde el corazón, porque te expresas como
si tuvieras que aprender a respirar toda una vida que no sabias que te habías
perdido…”
¿Cómo podía mirarte sin temblar o estresarme?
Acariciaste nervios delicados y sensibles que perforan y duelen en lo más
recóndito del espíritu, en aquellas oscuras heridas que aún yacen abiertas, y
de las que brota oro líquido. Todavía se esconden los fantasmas tímidos de
penitencias y castigos que atormentan al anfitrión de una odisea oscura y
perpetua…
Había ocurrido: el cuerpo ya no respondía, pues jamás fue mío, y ahora soy
vulnerable. Dejando al desnudo lo que se oculta tras la carne entumecida y el
cartílago frágil, solo hay brotes de zarza plateados que se entrelazan en las
venas y los nervios, construyendo un enmarañado de sueños y esperanzas que atan
manos, pies y rodean el cuello con firmeza… La plata refleja la luna, y la luz
ciega los ojos verdes y brillantes de alguien que ya no necesita ver, sino solo
sentir.
Sé que eres tú, quien quisiera que vea la vergüenza desnuda de un corazón
abierto al mundo, que solo puede decir la verdad. Inmutable composición de
notas pálidas y rojas que me recuerdan a ti, solo construyen melodías que
suenan en armonía con tus ojos, que observan agotados el alma de quien no es
más que su reflejo enamorado de sí mismo. Y ni en mil vidas construiría la
tonada perfecta que haga justicia a la tierna y dulce presencia de una mirada
agotada, con ojeras cansadas de cargar con tanto amor resentido y flagelado.
Porque cuando te veo, sé que es verdad.
Encriptados dialectos y expresiones confunden y asustan al ego y orgullo de
un corazón apático que, al no estar preparado, su única respuesta es el impulso
de temblar y llorar, mientras se desgasta en el seno de donde desea brote una
nueva forma de expresión capaz de germinar virtudes que no se dicen ni se
sienten, sino que se viven.
Porque estoy dispuesto a darte mi vida, porque tarde o temprano todo cabe,
sobre todo el amor de un cuerpo voluminoso y deslumbrante que vuelve a germinar
más brillante y más enamorado.
Porque así se siente que me gustes tanto.
Cuando la luna está en su punto más alto, suena la primera de tres campanas,
la cual anuncia el comienzo del ballet de mariposas de oro púrpura. Durmientes
despiertan tras eones de yacer muertas en vida, como si el fuego crudo de tu
interior reanimara ascuas de algo más grande que alguna vez estuvo vivo y que
ahora se transforma en una nueva forma de amar. De ella brotan almas que
descienden a lo más profundo para anunciar el nacimiento de nuevas olas de
milagros, que bendicen los suelos y enriquecen las palabras de los hombres
enamorados que buscan danzar junto a mariposas de oro púrpura.
Esa es la primera campana, y la primera carta.
Notas pálidas construyen melodías con las que sus cuerpos danzan, mientras
la luna anuncia la segunda de tres campanas. De menos a más se oyen los coros
de cientos y cientos de personas que cantan las palabras benditas de hombres
enamorados, que solo pueden hacer armonía cuando tienen enfrente a quien más
adoran. Y no lo querría de otra forma, pues mis obras no son de estudio o
pensamiento, se viven… Lo veo, en la orilla de una playa azul que nunca llegó a
cubrir por completo las huellas de un tímido fantasma enamorado que todavía
vaga sin rumbo, esperando oír la voz de un ángel que vio la fragilidad de su
alma.
Esa es la segunda campana, y la segunda carta.
La tercera campana suena, y las aguas de una playa azul se calman para que
sobre ellas florezcan nubes, tulipanes y girasoles, todos para ti. Y la luna
está donde siempre debió estar, y ahora mariposas vuelan al cielo para
descansar en un firmamento de colores púrpura, oro y plata. Quiero que tomes el
último fruto de una zarza de plata, que confesará sus sueños y esperanzas:
puedes romperme con solo mirar, y no tengo miedo de decir que sé que lo harás.
Primero, será mi corazón, y luego tomarás una parte de él.
Llévatela contigo siempre y, sin importar lo lejos que estés, llámame, pues ahí
estaré. Luego, cuando grites mi nombre, yaceré lejos de ti, pero, sin importar
a dónde vayas, nunca estarás sola. Y, por último, nunca dejes de soñar con este
amor fiel, que es tan dulce como la miel.
Esa es la tercera campana, y la tercera carta.
Bienaventurados los corazones valientes que no temen ser humillados, ya que
no conozco el amor cobarde que no duela y por el que no se luche. Pues de
heridas abiertas, de las que fluye oro líquido, fantasmas tímidos se aventuran
al mundo, liberando al anfitrión de penitencias y castigos que jamás debieron
ser suyos… Y aunque el dolor sigue ahí. ¿Qué son las cicatrices?, sino el
recordatorio de que alguna vez amamos, porque somos humanos.
Y fue un cuerpo que jamás fue mío el que desentrañó los misterios de la
zarza, y del que florecería la verdad desnuda, en forma de poemas benditos de
miedo y amor, que coros de hombres enamorados cantarían en sintonía de melodías
pálidas para mariposas púrpuras. Y tres campanas de luna, que todavía siguen
reflejando su luz en un cuerpo de oro y plata… en realidad, siempre fueron tres
simples palabras que nunca lo dejaron de iluminar.
Yo te amo.