El Hijo del Hombre

agosto 24, 2025

Definitivo, indeleble; sempiterna virtud rútila. Vehemente, adviértenos tu retorno; sojuzga la bestialidad en su espíritu enfermizo, aquesta su imagen y semejanza. Furtivas providencias obnubilan con presteza el amparo hierático del efebo profeta silente; languidece frente a sus inescrupulosas odas pérfidas, que perseveran impúdicas gracias a la lengua de aquel ultracrepidiano. Fascinados por sus falaces alabanzas, retribuyen a aquel zaino tiznado, que cede a sus impulsos bestiales: su satiriasis, su frenesí, su impudicia.

Pactaron en su carne, su insidia bautizada en augurios azarosos; dilapidaron su propio templo a merced de su concupiscencia, para el éxtasis del aciago que se yergue más como bestia que como hombre. Un ósculo condena su absoluta obsecuencia, prescindiendo de la veracidad celada tras sus misantrópicas aleluyas; profetas áptenos, desertados de la gracia por su propia abulia, yerran entre sinos sacrílegos, afligidos por un vestigio de fe que en ningún tiempo advendrá, a su súplica indeseable.

Arrebol, numinoso; indómito, inefable. Rocía los edenes en el escarlata de tu melena; aquesta cólera abata sobre el lucífugo y sus fatuas jaculatorias. Nefando macilento, insidioso irredimible; semblante torvo, de lengua putrescente, en tu felonía inicua condenas a quienes yacen exangües, y perduran en contumacias insondables y protervas. Altivo, profiere tus himnos conspicuos, acrisolados; de telúrica prístina encarnan inmarcesibles estrofas áureas y magnánimas que endulzan la vida.

Salmos sibilinos, ineluctables, guarecen un impetuoso corazón perínclito; una afable trova glosada, de entre todas, por un zangolotino histriónico que aviva la beatífica dicha en el prójimo. Siete castálidas custodian una virtud indeleble y perpetua: de melena escarlata, ebúrnea piel, ignívoma voz, bronce en los pies y dorado en sus ojos. Inexorable vaticinio de retribución hacia una concepción vitanda, engendrada de la miasma de un yerto inescrupuloso, somático de vituperios, contriciones y quiméricas providencias.

Escatología salva por su voz estentórea; su agón hacia el eidolon durante su catábasis más profunda. De estrofas y galanterías profieren odas apoteósicas sobre el Anábasis de aquel olivífero. Por la atrición nuestra, emancipa nuestra empresa lejos de su perfidia, pues somos acídulos fámulos de nuestra retorcida bestialidad. Fetiche aspidífero, deserta tus versículos apócrifos de nuestros cuerpos y retórnalos al cáustico corazón caliginoso del que provienen, y ser salvos por la gracia del legítimo Eósforo.

Sacrosantos elisios enlazan solemnes éxodos de agasajo por la palingenesia del diáfano que se bautizó como: El Hijo del Hombre. Principesca manifestación ebúrnea, cédenos la misericordia de tu refulgente idiosincrasia numinosa. Imbatible voluntad férrea, que consagra reinos desamparados por quienes recibieron su resguardo; desidia de aquellos que alguna vez fueron descendencia en jardines inmaculados, que siguen al aguardo de su rey, inmutable y agraciado por su potestad y virtudes.

Indómito, inmarcesible; virtud eterna, rútila. Rocía los edenes con el escarlata de tu melena, ebúrnea piel, ignívoma voz, bronce de los pies y ojos dorados. Porque se enuncia una afable trova glosada, de entre todas, por un zangolotino histriónico que aviva la beatífica dicha en la atrición nuestra, emancipando nuestra empresa lejos de su perfidia, de vuelta en aquellos sacrosantos elisios que enlazan solemnes éxodos de agasajo por la palingenesia del santo que se bautizó como: El Hijo del Hombre.

- JoséJoaquínDíaz. 

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