Amor Humano

junio 16, 2025

Con aquellas estrellas que pertenecen al Edén, perpetuamente vivirán las que navegan por abismos vastos con nada más que la centella que fulgura vías enloquecedoras e indescifrables, que no temen ni deniegan, pues conocen la senda hacia su corazón; rutas aviesas donde la verdad punza y lacera más que las mentiras, pero conforma la integridad de lo que no requiere ser descifrado o interpretado desde la aflicción o la indulgencia, sino desde el amor y la voluntad vehemente que da vida a aquello que permanece, y es la fortaleza de valientes que no vacilan ni recelan de sí mismos.

Remolinos coléricos y despiadados estremecen la pequeña barca de madera de una estrella que deliberó adentrarse en las profundidades de sí misma y puede, por primera vez, distinguir todo lo que está fracturado, mancillado, avergonzado y maltratado. Pero nada deja de pertenecer a uno mismo, y en la búsqueda por batallar su propia insatisfacción, el daño ya no llegaría desde afuera, sino que germina desde adentro, en forma de espinas que él mismo enredó en su corazón y aceptó como parte de él.

Y de tus llagas jamás dejó de brotar el néctar de oro, pues nunca fue sangre lo que circulaba por tus arterias, sino la ambrosía neta de aquellos bienaventurados que, antes que tú, eligieron vivir entre humanos y dejarse amar al mismo tiempo que amaban. No obstante, todos fueron sensatos pese a su providencia nefasta. Jamás flaquearon y, determinados, decretaron fundar su propia historia. Entonces, no desertes de tus úlceras, pues son parte de las cosas que aún conservas y te hacen suficiente, porque de ellas brota el amor incondicional de todo lo que importa y debe ser resguardado en un mundo que segrega y aniquila.

Y si conoces el viaje, no huyas, porque, aunque las corrientes sean turbulentas, en el fondo sabes que, aunque te desplomes de tu barca, siempre podrás nadar de vuelta a donde sea que corresponde tu lugar. Ya sea arriba, en el firmamento, o en las profundidades, donde todavía yace una parte de ti que no deja de relumbrar en demanda de sentirse viva una vez más. Una chispa de propósito que vivifica los sueños de una joven estrella, que sabía que se encontraría a sí misma mientras permaneciera navegando por néctares dorados que, con los años, compusieron un vasto mar, por el que todo aquel que decidiera afrontar la insatisfacción de su existencia lograra bañar, con el rocío, las espinas que hieren y extinguen al corazón, impidiéndole madurar frutos dulces que, ya sea que se hundan o asciendan, siempre serán tuyos, pues de tu esfuerzo y lucha nació la fruta prohibida que Dios plantaría en su jardín.

Utiliza tus dedos para pincelar en tu cuerpo todas las contusiones doradas que no tienen por qué eclipsarse, ya que siempre deslumbrarán igual de vivas que cualquier estrella que yace distante, arriba, y te contemplan y perciben tanto como tú a ellas. Entonces, toma todo lo que está roto y déjalo ir en un mar de sangre dorada que siempre cuidará y preservará todo el amor de aquellos que llegaron antes que tú, y decidieron ser amados en un mundo que asesina la audacia de los valientes, con ese mismo amor que buenamente decidieron conceder.

Una joven estrella, decidida a surcar por el terror de su propia vida, puede admirar, libre de dolor, cómo, con el mar sereno, el cielo y el océano se vuelven uno solo. Y no hay diferencia entre lo que no fue, es y será. Tal vez así estés más cerca de ver el rostro de Dios, y finalmente seas digno de probar ese fruto prohibido que maduró y creció dentro de ti: desde tu amor, desde tu dolor, desde la satisfacción de estar vivo.

- José Joaquín Díaz.

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