SummaBlasphemia
diciembre 11, 2023No existe en los cielos ni en la tierra, tampoco en el corazón del hombre.
Aquel que se proclama por encima de todos nosotros trasciende en altas
jaculatorias a espantosas pesadillas sin comienzo ni final, sin día ni noche,
sin vida ni muerte. Sacra es su presencia, así como abominable.
Todo lo que en su reino descansa, que no es sino su propio cuerpo,
manifiesta abominables proyecciones de los más profundos desasosiegos,
incertidumbres y miedos inherentes a la propia carne de aquello que está por
encima de toda comprensión, razón o sanidad mental. Santo es su nombre, así
como perverso.
Proclamándose por encima de cualquier hecho y sus teorías fundamentales,
aquel que se adjudica estar por encima de todos nosotros se sirve únicamente de
una sola absoluta para devastar con descaro y sin remordimiento toda ley: “YO”.
Divinas son sus palabras, así como malditas.
Incomprensible, indescifrable e inalcanzable. ¿Quién en su sano juicio, por
todo lo bello que habita en esta tierra, sentiría siquiera el más mínimo atisbo
de curiosidad por saber qué esconden esas espantosas procesiones hechas carne,
y que ni la imaginación más pura sería capaz de recrear? Inmutable es su
cuerpo, así como desagradable.
Parasito; impregna la voluntad misma, infestándola desde su
nacimiento, transformando lágrimas en tu pútrida sangre que después lloras para
ahogar la virtud del hombre, desfigurando y diluyendo todo de nuevo a sus
orígenes más miseros y aborrecibles. Cautivador es su rostro, así como
inenarrable.
Más helo aquí, aquel a quien convertiste en tu hijo, a quien mandaste a
humillarse en tu nombre, aquel que debía morir. Protestando en Determinación
por encima del propio mandamiento, legando Sabiduría para quien sabe
usarla, Misericordia para proteger a quienes ama, Esperanza como
guía cuando lo demás está perdido, Disciplina como verdadera fuerza y Amor,
inconmensurable poder.
Pútridas sean las mejores intenciones, pues el infierno más puro se erige
sobre sus cimientos, construidos con desdicha, desinterés, envidia y mentiras.
Como duele en lo más profundo ser testigos de tal traición maldita.
Príncipe de oro, que se bañó en la plata derretida para cicatrizar las
heridas que no se sienten en la carne, sino en el alma. Abandonando las
lágrimas doradas que buscan encubrir la pérdida más grande. La pérdida de
libertad; de osadía, de desobediencia, del alma, de voluntad.
Eterna blasfemia contra la pútrida sangre de los orígenes más enfermizos y
siniestros, que subyuga la voluntad del espíritu y la somete a la
injuria absoluta y así, no retribuir jamás.
Un verdadero corazón dorado que nadie doblegará jamás, una verdadera
demostración de pura santidad, que no segrega, que no fragmenta, que no
rechaza.
Que la radiante pureza en su nombre bañe y expíe su individualismo, y que
una al hombre una vez más en un acto de colaboración fortuita, tan mundano como
una ciudad, y finalmente, tan vasto como el universo mismo. Busca en el dolor
de la experiencia, en el entendimiento de la culpa, pero, sobre todo, en el
sacrificio de la redención, la más justa de las convicciones y el más radiante
de los corazones. Blésfoda Blapheteim.
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