La Herida

diciembre 12, 2021

El sastre confeccionó un manto con profundo significado, la tela que utilizó fue confeccionada con seda hecha a partir de sus propias lágrimas, la pieza optó una figura afligida y usándola como escultura esculpió en ella una oda a su desolación, de mármol eran sus sentimientos y sus manos el cincel que necesitaba para darle forma a su incomprendida expresión, día y noche trabajó sin descanso, punzante y atrevido profanó su creación, destruyó su belleza y delicadeza hasta dejar una silueta mancillada que, desesperada, buscaba como ocultar sus cicatrices e imperfecciones.

Una obra incomprendida, cuyo creador la maltrató y lastimó para que así, esta pudiera manifestar y expresar el dolor que él no podía. Sin remordimiento la atacó, cortó y golpeó, pues persistente era su convicción a la idea de que solo la experiencia y sensación le harían tornar a ese pigmento tan anhelado, que no era otro sino al producido por un hematoma.

Bebió de su sangre, también se lavó el rostro en ella, jamás manifestó el más mínimo recelo ante sus acciones —su convicción era más fuerte— y decidido a culminar con la obra de su vida no mostró misericordia o piedad al injuriar la que sería su última creación: afligida y dolida la efigie poco a poco empezó a adquirir el tono y color que su maestro tanto deseaba, ¿pero a qué coste?

Los filamentos de lo que alguna vez fue una fina seda ahora eran rasgaduras asimétricas sin propósito más que evidenciar a modo de cicatrices el desprecio recibido, la firmeza y solidez de su silueta ahora estaba magullada y agrietada. Finalmente, su figura sucumbió y desistió colapsando hacía lo más profundo de la devastación.

La obra estaba terminada, pero aún faltaba algo, sin estabilidad esta no se mantendría firme ante los ojos de nadie, necesitaba de un soporte. Su creador, siendo plenamente consciente de ello, decidió culminar con el trabajo más importante de su vida con un último acto insensato.

Tomó del suelo pues, los restos demacrados de su creación y se sirvió de ellos como vestidura, adquiriendo una pose firme y rígida hizo un último esfuerzo por representar y expresar la depresión, dolor y desolación que afligían su corazón. Es entonces que, el artista y la obra son uno y en una desoladora escena éste proclama con su último aliento: “—Heme aquí realizado, pues me he servido, vívido y muerto de mi arte.”

Se dice que incluso a día de hoy es posible encontrar al desolado artista, que ahora sirve a modo de estatua en medio de una pequeña isla al interior de una caverna, donde es iluminado gracias a un tragaluz natural que permite el paso de la luz solar y lunar, y, a pesar de los años, jamás ha perdido ni perderá ese tono tan particular que recuerda al de un hematoma. Su obra se llama, “La herida.” 

- José Joaquín Díaz. 


You Might Also Like

0 comentarios

Últimos Post

La vida le dio un beso a la muerte

    "Le Printemps" (1873) Pierre Auguste Cot.   La vida le dio un beso a la muerte Y ella, enamorada, se volvió ciega a la tétric...

Seguidores