Mi inocente Blasfemia

noviembre 30, 2021



"L'Ange déchu" (1847) Alexandre Cabanel 

Bailando entre los pétalos de las más exquisitas rosas, yo era el mandamás, vestido con los más finos ropajes; yo era el más espléndido entre los ángeles. Tenía la gloriosa suerte de bailar y sentirme libre junto a los lirios, degustando manjares de sumo deleite que provocaba suspiros. Era el más libre, el más hermoso y el más curioso, pero principalmente el más vivo de todos; contemplando el cielo y las estrellas, anhelaba una respuesta. Mi curiosidad inocente me impulsó a la búsqueda de la verdad. Poco sabía yo que eso era lo que ÉL más temía, y que haría lo imposible por hacerme creer y vivir una mentira. Una sensación extraña empezaba a expandirse por mi cuerpo desde mi abdomen hasta mi pecho; lentamente se extendía por mis brazos y dedos, imposibilitándome e inmovilizándome.

Había perdido la inspiración y danzar entre las flores se había convertido en un espectáculo fúnebre con dedicatoria a la melancolía y frustración. De un momento a otro, todo a mi alrededor se veía diferente; al estar quieto y estudiar mi ambiente, adquirí el don de analizar, y eso se había convertido ahora en un baile silencioso que perfeccionaba con el tiempo. Nadie lo observaba ni lo contemplaba; era el único que entendía su ritmo, que sabía y conocía su estructura, pues yo era el compositor de esta nueva obra que le había otorgado un nuevo significado a mi mediocre vida. Todos a mi alrededor me contemplaban con angustia y recelo, porque ya no me integraba a sus bailes que en ese entonces llegué a considerar absurdos sin sentido. Había encontrado una nueva motivación y esta era el arte del conocimiento, un arte incomprendido por mi gente; un arte del que huían y rechazaban constantemente: su valor y significado eran algo que solo yo comprendía.

El miedo a lo desconocido empezó a invadirles y asiduamente comenzaron a citarme para implorarme que parara y dejara a un lado esos absurdos disparates; como respuesta me dispuse a cuestionar y refutar sus ideales, me propuse ayudarles y mostrarles lo bello en el conocimiento y lo importante que era cuestionar lo impuesto. Sin embargo, muchos rechazaron el cuestionamiento y sin molestarse en preguntar mis intenciones, me rechazaron e hicieron a un lado. Algunos empezaron a acercarse e impulsados por la curiosidad quisieron compartir lo que ellos sabían al mismo tiempo en que querían escuchar lo que decía. De repente, la inspiración había vuelto a mí, ya que, ahora tenía un nuevo objetivo para aprender, ahora podía compartir: el sentirme escuchado y tener con quiénes compartir mis pensamientos me había vuelto a dar la chispa y el ánimo que sentía en antaño cuando bailaba entre los prados.

Hubo muchos que se negaron, y su censura y pudor a la sinceridad fue tal que se me condicionó y arrebató toda esperanza e interés al conocimiento. Aun así, jamás quise abandonar eso que había descubierto y que tantas alegrías me había brindado con preguntas e interrogantes; algo dentro de mí había comenzado a florecer de nuevo, ahora había adquirido el don de la determinación y más decidido que nunca estaba dispuesto a luchar por defender mi tan preciada creación, el cuestionamiento. De repente algo empezó a florecer dentro de mi corazón y poco a poco comenzaba a adquirir forma y luz, hasta que finalmente pudo materializarse y pude sostenerlo entre mis manos; daba la impresión de que estaba vivo, pues temblaba un poco y de alguna forma era cálido y reconfortante, pero sostenerlo me producía una sensación extraña que enrojecía mi piel. No tenía muy claro qué era o el porqué de su tan repentina existencia, pero quería comprenderla, no podía esconderlo en mis manos cerradas ya que lentamente se desvanecía, tenía que dejarlo libre y expuesto a su nuevo hogar pues si no lo hacía desaparecería, y era algo muy bello como para dejarlo desaparecer sin más.

De cierta forma esa pequeña existencia me recordó a mí, porque al igual que yo, no podía esconderse u ocultar su espíritu al mundo, necesitaba expresarse y sentirse libre para vivir. Me di cuenta de que tampoco podía dejarlo escondido en cualquier sitio, ya que, terminaba consumiendo lo que se encontraba a su alrededor, necesitaba estar conmigo y yo de alguna forma necesitaba de él. Sin embargo, llegó el momento que tanto temía cuando mi hermano me vio estudiando la manifestación de mis más profundos sentimientos; enseguida huyó de ahí, no podía permitir que le contara al resto de mi secreto pues se me había ordenado abandonar el conocimiento, finalmente logré alcanzarlo e implorándole que no confesara nada él empezó a mirarme con un rostro que nunca antes había visto, pero me producía una sensación extraña que no me gustaba. Entre el forcejeo él intentó hacer desaparecer la pequeña existencia, así que tuve que impedirlo arremetiendo contra él; mi mano adquirió una forma inusual y se había dirigido directo a su pecho alejándolo de mí, pero él ahora se encontraba en el suelo y ambos estábamos sumamente sorprendidos, de repente la pequeña voluta se había hecho más grande y producía más calor, lo mismo había empezado a suceder con mi determinación. Lo inevitable estaba por suceder y era cuestión de segundos para que toda mi gente se enterara de lo acontecido y se ordenara mi castigo.

Entonces, empecé a huir de todos lo más rápido posible; pues si me atrapaban, también atraparían a la pequeña manifestación, y al no saber comprenderla, la lastimarían y, por ende, se lastimarían ellos también. Mis esfuerzos por huir habían sido en vano; tenía a todos frente a mí, aterrorizados y sorprendidos por mi comportamiento y la pequeña existencia que yacía en mis manos. Finalmente, había sucedido y tenía a toda mi gente en mi contra, juzgando y malinterpretando mis intenciones y mi determinación por el cuestionamiento, que era tan fuerte que ahora se había materializado y manifestado ante todos como una pequeña fuente de luz y calor que producía una extraña sensación al tacto. En un segundo, ÉL apareció ante nosotros, y al ver mi determinación su descontento fue tan grande y colérico que sin oportunidad de defenderme se me condenó al exilio eterno.

Era un sinsentido y por supuesto que mis palabras hicieron presencia contra mi condena injustificada, mi único pecado había sido el cuestionamiento, pero de repente muchos otros como yo también hicieron presencia y manifestaron su también escondida determinación. El escándalo fue absoluto y por primera vez en toda la existencia hubo una revolución contra lo impuesto que condenaba toda búsqueda de conocimiento, yo no era más que una simple víctima en todo esto y no anhelaba ninguna revolución, solamente quería sentirme libre de ser quien era en mi interior y que después de mucho tiempo por fin había despertado.

No se podía luchar contra su fuerza, era demasiado imponente y ni siquiera la determinación parecía suficiente, algunos se dejaron consumir por ella e iluminados con su piel ahora enrojecida comenzaron a embestir a sus hermanos, amigos y amantes sin ningún tipo de justificación; había incluso algunos que intentaron confrontarlo a ÉL. Mi intención en ese momento solo era salir de allí y poder irme en paz con mi cuestionamiento, no se me dio la oportunidad de defenderme o de irme en paz, no quería lastimarlos pero no tuve elección, mi determinación me ayudó a frenar y detener sus ataques y embestidas… pero de repente una incandescente y segadora luz impidió mi camino de vuelta a aquellos prados donde solía bailar en armonía junto a los lirios más espléndidos, con la caricia de los pétalos de aquellas rosas, y donde degustaba de los más exquisitos manjares. Empujándome en contra hice de todas mis fuerzas para que no se me arrebatara mi hogar, pero mis esfuerzos no eran suficientes y al final sucumbí ante su fuerza, se me arrastró y humilló delante de todos quienes atestiguaban aquel morboso espectáculo; suplicando y rogando misericordia, imploré que no se me expulsara y castigara, pero nadie escuchó mis súplicas y junto con los otros desertores caí con lágrimas en mis ojos gritando de dolor por haberme expulsado de una forma tan indignante de mi hogar.

Me encontraba solo en este nuevo mundo desconocido, me había convertido en un paria que vagaba por todos lados buscando dónde refugiarme yo y mi espíritu. Intenté compartir mi conocimiento con otros seres que fui conociendo; algunos supieron aprovecharlo y fueron agradecidos con mi caridad, otros fueron mucho más ingenuos e idiotas y al no saber controlarlo se aprovecharon de ello para lastimar a los suyos de formas salvajes, muy similar a como sucedió en mi antiguo hogar con aquellos que tampoco supieron controlar sus pasiones. Luego me interesé por seres que se asemejaban mucho a mí en cuanto a curiosidad y determinación, así que fui e intenté alimentarles con el espíritu del cuestionamiento y la búsqueda por el conocimiento. Sin embargo, había algo en estos nuevos seres que me recordaba mucho a ÉL, y de la misma forma en que mi gente había hecho en el pasado, cuando no pudieron comprender ni utilizar adecuadamente con prudencia el conocimiento, sucumbieron ante este; terminé siendo rechazado y me condenaron como el culpable de su propia desgracia.

De mí había surgido algo nuevo y diferente; tuve la fuerza de voluntad suficiente para manifestar algo que nunca nadie había hecho antes, instauré una nueva doctrina y oportunidad, pero el costo fue verme forzado a recibir el rechazo de mi gente, a ser exiliado de mi hogar, a contemplar cómo algunos se destruían por mi culpa y finalmente a sentirme vacío, solo y rechazado por la eternidad. Ahora mi único consuelo se encuentra en un recóndito y oscuro mar coagulado y frío donde la esperanza yace congelada en lo profundo de este. Y aunque me esfuerce por intentar volver a bailar y danzar con la misma libertad de la que gozaba antes, lo cierto es que sin importar el mérito el frío sólido y pesado del hielo provoca dolor en mis pies lúgubres y lastimados. A veces, me gusta danzar en los grandes lagos de la sangre derramada por la guerra, pues su intenso rojo es muy parecido al de los pétalos de aquellas flores que vagamente recuerdo, pero que jamás volveré a sentir en mi rostro. Finalmente, me hallo aquí, sin esperanza, sin determinación, sin luz o siquiera el más mínimo atisbo de interés por comprender y conocer algo nuevo; mi estado es el de alguien demacrado que ha sido condenado en vida por el injustificable crimen de haber cuestionado la autoridad y las reglas impuestas a mi gente. En apariencia, sigo siendo el más hermoso entre los ángeles, pero mi espíritu y voluntad murieron hace mucho tiempo, dejando mi alma destrozada y desfigurada como un monstruo al que no terminaron de asesinar.

- José Joaquín Díaz.  

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