Mi inocente Blasfemia
noviembre 30, 2021Bailando entre los pétalos de las más
exquisitas rosas, yo era el mandamás, vestido con los más finos ropajes; yo era
el más espléndido entre los ángeles. Tenía la gloriosa suerte de bailar y
sentirme libre junto a los lirios, degustando manjares de sumo deleite que
provocaba suspiros. Era el más libre, el más hermoso y el más curioso, pero
principalmente el más vivo de todos; contemplando el cielo y las estrellas,
anhelaba una respuesta. Mi curiosidad inocente me impulsó a la búsqueda de la
verdad. Poco sabía yo que eso era lo que ÉL más temía, y que haría lo imposible
por hacerme creer y vivir una mentira. Una sensación extraña empezaba a
expandirse por mi cuerpo desde mi abdomen hasta mi pecho; lentamente se
extendía por mis brazos y dedos, imposibilitándome e inmovilizándome.
Había perdido la inspiración y danzar
entre las flores se había convertido en un espectáculo fúnebre con dedicatoria
a la melancolía y frustración. De un momento a otro, todo a mi alrededor se
veía diferente; al estar quieto y estudiar mi ambiente, adquirí el don de
analizar, y eso se había convertido ahora en un baile silencioso que
perfeccionaba con el tiempo. Nadie lo observaba ni lo contemplaba; era el único
que entendía su ritmo, que sabía y conocía su estructura, pues yo era el compositor
de esta nueva obra que le había otorgado un nuevo significado a mi mediocre
vida. Todos a mi alrededor me contemplaban con angustia y recelo, porque ya no
me integraba a sus bailes que en ese entonces llegué a considerar absurdos sin
sentido. Había encontrado una nueva motivación y esta era el arte del
conocimiento, un arte incomprendido por mi gente; un arte del que huían y
rechazaban constantemente: su valor y significado eran algo que solo yo
comprendía.
El miedo a lo desconocido empezó a
invadirles y asiduamente comenzaron a citarme para implorarme que parara y
dejara a un lado esos absurdos disparates; como respuesta me dispuse a
cuestionar y refutar sus ideales, me propuse ayudarles y mostrarles lo bello en
el conocimiento y lo importante que era cuestionar lo impuesto. Sin embargo,
muchos rechazaron el cuestionamiento y sin molestarse en preguntar mis
intenciones, me rechazaron e hicieron a un lado. Algunos empezaron a acercarse
e impulsados por la curiosidad quisieron compartir lo que ellos sabían al mismo
tiempo en que querían escuchar lo que decía. De repente, la inspiración había
vuelto a mí, ya que, ahora tenía un nuevo objetivo para aprender, ahora podía
compartir: el sentirme escuchado y tener con quiénes compartir mis pensamientos
me había vuelto a dar la chispa y el ánimo que sentía en antaño cuando bailaba
entre los prados.
Hubo muchos que se negaron, y su
censura y pudor a la sinceridad fue tal que se me condicionó y arrebató toda
esperanza e interés al conocimiento. Aun así, jamás quise abandonar eso que
había descubierto y que tantas alegrías me había brindado con preguntas e
interrogantes; algo dentro de mí había comenzado a florecer de nuevo, ahora
había adquirido el don de la determinación y más decidido que nunca estaba
dispuesto a luchar por defender mi tan preciada creación, el cuestionamiento.
De repente algo empezó a florecer dentro de mi corazón y poco a poco comenzaba
a adquirir forma y luz, hasta que finalmente pudo materializarse y pude
sostenerlo entre mis manos; daba la impresión de que estaba vivo, pues temblaba
un poco y de alguna forma era cálido y reconfortante, pero sostenerlo me
producía una sensación extraña que enrojecía mi piel. No tenía muy claro qué
era o el porqué de su tan repentina existencia, pero quería comprenderla, no
podía esconderlo en mis manos cerradas ya que lentamente se desvanecía, tenía
que dejarlo libre y expuesto a su nuevo hogar pues si no lo hacía
desaparecería, y era algo muy bello como para dejarlo desaparecer sin más.
De cierta forma esa pequeña existencia
me recordó a mí, porque al igual que yo, no podía esconderse u ocultar su
espíritu al mundo, necesitaba expresarse y sentirse libre para vivir. Me di
cuenta de que tampoco podía dejarlo escondido en cualquier sitio, ya que,
terminaba consumiendo lo que se encontraba a su alrededor, necesitaba estar
conmigo y yo de alguna forma necesitaba de él. Sin embargo, llegó el momento
que tanto temía cuando mi hermano me vio estudiando la manifestación de mis más
profundos sentimientos; enseguida huyó de ahí, no podía permitir que le contara
al resto de mi secreto pues se me había ordenado abandonar el conocimiento,
finalmente logré alcanzarlo e implorándole que no confesara nada él empezó a
mirarme con un rostro que nunca antes había visto, pero me producía una
sensación extraña que no me gustaba. Entre el forcejeo él intentó hacer
desaparecer la pequeña existencia, así que tuve que impedirlo arremetiendo
contra él; mi mano adquirió una forma inusual y se había dirigido directo a su
pecho alejándolo de mí, pero él ahora se encontraba en el suelo y ambos
estábamos sumamente sorprendidos, de repente la pequeña voluta se había hecho
más grande y producía más calor, lo mismo había empezado a suceder con mi
determinación. Lo inevitable estaba por suceder y era cuestión de segundos para
que toda mi gente se enterara de lo acontecido y se ordenara mi castigo.
Entonces, empecé a huir de todos lo más
rápido posible; pues si me atrapaban, también atraparían a la pequeña
manifestación, y al no saber comprenderla, la lastimarían y, por ende, se
lastimarían ellos también. Mis esfuerzos por huir habían sido en vano; tenía a
todos frente a mí, aterrorizados y sorprendidos por mi comportamiento y la
pequeña existencia que yacía en mis manos. Finalmente, había sucedido y tenía a
toda mi gente en mi contra, juzgando y malinterpretando mis intenciones y mi
determinación por el cuestionamiento, que era tan fuerte que ahora se había
materializado y manifestado ante todos como una pequeña fuente de luz y calor
que producía una extraña sensación al tacto. En un segundo, ÉL apareció ante
nosotros, y al ver mi determinación su descontento fue tan grande y colérico
que sin oportunidad de defenderme se me condenó al exilio eterno.
Era un sinsentido y por supuesto que
mis palabras hicieron presencia contra mi condena injustificada, mi único
pecado había sido el cuestionamiento, pero de repente muchos otros como yo
también hicieron presencia y manifestaron su también escondida determinación.
El escándalo fue absoluto y por primera vez en toda la existencia hubo una
revolución contra lo impuesto que condenaba toda búsqueda de conocimiento, yo
no era más que una simple víctima en todo esto y no anhelaba ninguna
revolución, solamente quería sentirme libre de ser quien era en mi interior y
que después de mucho tiempo por fin había despertado.
No se podía luchar contra su fuerza,
era demasiado imponente y ni siquiera la determinación parecía suficiente,
algunos se dejaron consumir por ella e iluminados con su piel ahora enrojecida
comenzaron a embestir a sus hermanos, amigos y amantes sin ningún tipo de
justificación; había incluso algunos que intentaron confrontarlo a ÉL. Mi
intención en ese momento solo era salir de allí y poder irme en paz con mi
cuestionamiento, no se me dio la oportunidad de defenderme o de irme en paz, no
quería lastimarlos pero no tuve elección, mi determinación me ayudó a frenar y
detener sus ataques y embestidas… pero de repente una incandescente y segadora
luz impidió mi camino de vuelta a aquellos prados donde solía bailar en armonía
junto a los lirios más espléndidos, con la caricia de los pétalos de aquellas
rosas, y donde degustaba de los más exquisitos manjares. Empujándome en contra
hice de todas mis fuerzas para que no se me arrebatara mi hogar, pero mis
esfuerzos no eran suficientes y al final sucumbí ante su fuerza, se me arrastró
y humilló delante de todos quienes atestiguaban aquel morboso espectáculo;
suplicando y rogando misericordia, imploré que no se me expulsara y castigara,
pero nadie escuchó mis súplicas y junto con los otros desertores caí con
lágrimas en mis ojos gritando de dolor por haberme expulsado de una forma tan
indignante de mi hogar.
Me encontraba solo en este nuevo mundo
desconocido, me había convertido en un paria que vagaba por todos lados buscando
dónde refugiarme yo y mi espíritu. Intenté compartir mi conocimiento con otros
seres que fui conociendo; algunos supieron aprovecharlo y fueron agradecidos
con mi caridad, otros fueron mucho más ingenuos e idiotas y al no saber
controlarlo se aprovecharon de ello para lastimar a los suyos de formas
salvajes, muy similar a como sucedió en mi antiguo hogar con aquellos que
tampoco supieron controlar sus pasiones. Luego me interesé por seres que se
asemejaban mucho a mí en cuanto a curiosidad y determinación, así que fui e
intenté alimentarles con el espíritu del cuestionamiento y la búsqueda por el
conocimiento. Sin embargo, había algo en estos nuevos seres que me recordaba
mucho a ÉL, y de la misma forma en que mi gente había hecho en el pasado,
cuando no pudieron comprender ni utilizar adecuadamente con prudencia el
conocimiento, sucumbieron ante este; terminé siendo rechazado y me condenaron
como el culpable de su propia desgracia.
De mí había surgido algo nuevo y
diferente; tuve la fuerza de voluntad suficiente para manifestar algo que nunca
nadie había hecho antes, instauré una nueva doctrina y oportunidad, pero el
costo fue verme forzado a recibir el rechazo de mi gente, a ser exiliado de mi
hogar, a contemplar cómo algunos se destruían por mi culpa y finalmente a
sentirme vacío, solo y rechazado por la eternidad. Ahora mi único consuelo se
encuentra en un recóndito y oscuro mar coagulado y frío donde la esperanza yace
congelada en lo profundo de este. Y aunque me esfuerce por intentar volver a
bailar y danzar con la misma libertad de la que gozaba antes, lo cierto es que
sin importar el mérito el frío sólido y pesado del hielo provoca dolor en mis
pies lúgubres y lastimados. A veces, me gusta danzar en los grandes lagos de la
sangre derramada por la guerra, pues su intenso rojo es muy parecido al de los
pétalos de aquellas flores que vagamente recuerdo, pero que jamás volveré a
sentir en mi rostro. Finalmente, me hallo aquí, sin esperanza, sin
determinación, sin luz o siquiera el más mínimo atisbo de interés por
comprender y conocer algo nuevo; mi estado es el de alguien demacrado que ha
sido condenado en vida por el injustificable crimen de haber cuestionado la
autoridad y las reglas impuestas a mi gente. En apariencia, sigo siendo el más
hermoso entre los ángeles, pero mi espíritu y voluntad murieron hace mucho
tiempo, dejando mi alma destrozada y desfigurada como un monstruo al que no
terminaron de asesinar.
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