La última carta

agosto 01, 2021


Su última carta me dejó con el corazón hecho trizas; no podía creer que no la volvería a ver. Le prometí estar ahí, pero no pude cumplir. La encontré en el mismo jardín donde solíamos descansar. Estaba tan bien presentada y arreglada que daba lástima romper el sobre con tan lindo sello, que, si no recuerdo mal, fue un regalo de su abuela. Tenía esa presentación y detalle que solo ella les daba a las cosas. Fui lo más cuidadoso posible al abrirlo, puesto que quería conservarlo como un recuerdo.
Cuando abrí y leí tu carta, finalmente sucumbí a la emoción. Me escribiste tan bello poema con esa letra tan fina y delicada, pero que solo una mano firme y regia puede recrear. Había amor y ternura en tus palabras, y cada letra parecía estar hecha con tanta determinación que cualquiera pensaría que sería la última vez que escribirías en toda tu vida. Al seguir leyendo, llegué a lo que parecía una confesión sobre todo lo que llegaste a sentir, seguido de una serie de instrucciones que habías dejado para mí.

Cuando era niña, había idealizado el amor como algo único y perfecto. El día en que encontraría ese amor de ensueño y fábula, no habría cabida para discusiones o desgracias. Sin importar lo que ocurriera o donde estuviera, si estábamos juntos con amor, todo saldría bien y volvería a ver al cielo, un cielo sin nubes donde la luz del sol es cálida y amigable. Durante la tarde, estaríamos juntos bajo la sombra de un árbol de cerezo viendo el atardecer con nuestras manos juntas y dándonos muchos besos, y al dormir, sentiría como me envuelves entre tus brazos y dormimos como si fuera la primera vez. Soñaba con alguien que me hiciera sentir agradecida de estar viva y que nuestras emociones se unieran como un poderoso tifón que destruyera todo a su paso…
La realidad es mucho más distinta a los sueños de una niña. Cuando me abrí paso en el mundo real, pude experimentar la crueldad de las personas. Como muchas veces, no importa cuánto te esfuerces, siempre llegará un punto en donde dos personas no pueden sentir más, y cuando eso ocurre, puede significar dos cosas: o todavía era inmadura y había cosas que debía aprender, o no existía ese amor de felices por siempre.
Era muy joven para entonces, y tuve que pasar por muchas cosas y conocer muchas personas para crecer y madurar. Finalmente comprendí que mientras más me forzaba a tener una relación perfecta que durara por siempre, más infeliz era y hacía a los demás. Aprendí a dejar ir cuando es necesario y que lo mejor es disfrutar del presente, después de todo, es un regalo, y mientras más te idealices y fuerces un “felices por siempre”, menos feliz serás. Aprendí a disfrutar y agradecer todo el tiempo que las personas me regalaban, aunque fueran diez minutos.
Pero fue cuando te conocí cuando realmente fui feliz. El tiempo que pasamos juntos fue fugaz, y las horas que parecían segundos no se comparan con los años que parecían semanas. Me enseñaste tantas cosas que estar contigo me hacía sentir inteligente, y estoy segura de que también te enseñé mucho de qué sentirte orgulloso. Nunca sentí miedo o temor de que me dejaras, y siempre confié en ti al mismo nivel en que confiabas en mí.
Pero no es sino ahora donde puedo ver que sí tuve un amor de cuento de hadas. El mirar un cielo sin nubes se convirtió en revisar los trabajos del otro y después ver una serie juntos. Estar bajo la sombra de un cerezo se convirtió en horas en el jardín con el sol sofocándonos todo el día, y a la hora de dormir era yo quien más te abrazaba.
Me hiciste tan feliz que me sigue pareciendo injusto que me hayas tenido que dejar tan pronto. Aun quería disfrutar más tiempo junto a ti y hacerte igual de feliz. Ahora los segundos son eternos y las semanas parecen años, y cada vez que veo el cielo solo puedo ver tu figura. Ahora, cada vez que descanso bajo la sombra de un árbol, no puedo dejar de sentir que el atardecer desvaneciéndose eres tú alejándote de mí, y cada vez que me voy a dormir, no puedo evitar sentirme sola y necesito abrazarte otra vez, y otra vez, y otra vez…
Pero sé que es inútil seguir fingiendo que esto es solo una pesadilla, que sin importar cuánto tiempo me quede mirando la puerta, nunca más volveré a verte entrar y escucharte decir que estás cansado.
La verdad es que estoy cansada de seguir llorando y quiero volver a ser feliz. Quiero volver a levantarme agradecida y sentir que, sin importar lo que pase, nunca estaré sola, pues eso es lo que me enseñaste. Quiero volver a bailar con ganas y cantar a todo pulmón en la ducha, así sea yo sola.
Es por eso que antes de finalmente poder decirte adiós, quiero dejarte unas instrucciones de lo que tienes que hacer…
Primero, romperás mi corazón, y luego tomarás una parte. Llévatela contigo siempre y, sin importar lo lejos que estés, llámame, pues sin importar las distancias, ahí estaré. Luego, cuando grites mi nombre, estaré muy lejos de ti, pero sin importar a dónde vayas, nunca estarás solo. Y, por último, nunca dejes de soñar con este amor fiel que es tan dulce como la miel.
Esas son las últimas palabras que me dijiste antes de irte de este mundo para siempre…”

Al terminar tu carta, no pude pensar en otra cosa que no fuera cuánto te extraño. No sabes cuánta falta me haces ahora, y solo ver lo que escribes es suficiente para hacerme caer en llanto. Daría lo que fuera por volverte a sentir, pero en el fondo siento paz, pues nunca estarás sola, ya que siempre tendrás a la persona más importante del mundo a tu lado… tú.
Y mientras te vea bailar y sonreír, mi espíritu tendrá esperanza. Mientras te escuche cantar y hablar, mi corazón será feliz, y mientras aún recuerdes ese amor tan fiel que sabe igual que la miel, podré descansar en paz.
Y no importa dónde estés, siempre te recordaré y desde el cielo bailaré otra vez entre nubes y tormentas, donde cada trueno que suena es mi corazón gritando te amo. Ten por seguro que nunca olvidaré y desde el cielo amaré y sentiré como alguna vez sentí y amé en vida.

- José Joaquín Díaz. 

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