Somnus

abril 20, 2021

 

Somnus
mia thálassa Asterión


Mi madre solía relatar que, tan solo siendo un niño, más pequeño incluso que un ternero, mi mente ya era capaz de verse deslumbrada por lo que existe más allá, y que nuestro tan impotente ojo es incapaz de percibir. Tener la habilidad de maravillarme con lo que nuestras necias mentes no pueden comprender, de percibirme lucido ante conocimientos tan bastos, que derrumbarían hasta el más entendido de los hombres y todo eso, siendo yo, tan solo un niño.

Desde mi infancia ya sentía el fuerte llamado del cosmos, y como este, ni corto ni perezoso, era cada vez más insistente con su temible invitación, guiándome por caminos oscuros y tétricos, que retuercen la sanidad del hombre. Incluso ahora, siendo ya un hombre maduro, siento el mismo entusiasmo e ilusión que sentía de niño, aun así, no puedo negar que, gran parte de mi conocimiento astronómico se lo debo a un muy querido amigo mío, Cayo Julio Higino, quien fue de hecho liberto del emperador Augusto, a quien, por cierto, acababan de nombrar Pater Patriae (“padre de la patria”).

Recuerdo muy bien aquellos maravillosos años, en los que no hacíamos otra cosa que no fuera nutrir nuestras cabezas con el maravilloso néctar del conocimiento que nos ofrecía el vasto vacío cósmico: Sin embargo, incluso a día de hoy, soy incapaz de olvidarme de aquellas frías palabras que me dedico a quien en ese entonces yo consideraba, un buen amigo, y que marcaría el fin de nuestra amistad. —¡Témeles, a aquellos caminos sombríos por los que ronda tu mente!

Si tuviera que ser honesto, diría que en aquel entonces esas palabras me sentaron fatal, más aún, viniendo de alguien a quien consideraba más que un compañero de estudio, sino más bien, un fiel e incondicional amigo. Aun así, mi orgullo me hace incapaz de siquiera tolerar tal insulto hacia mi intelecto: —¡Sé perfectamente hacia donde guio mis pasos, necio! —le reproche de manera agresiva. Después de aquello, cada quien decidió seguir su propio camino, y enriquecer su conocimiento astronómico de maneras muy desiguales.

En lo que respecta a mí, jamás me decidí por apartarme de aquel canto arrullador, repleto de melodías hipnotizantes que contenían sabiduría y entendimiento, que solo yo podía percibir y que tenía el privilegio de escuchar, probablemente era el único capaz de oír y comprender la lúgubre sinfonía cósmica que tocaban para mí, seres de extraordinario intelecto y sabiduría, que me habían escogido como su discípulo. Que privilegio más grande con el que se me ha bendecido, y como no iba a ser de otra forma, ellos me siguieron hablando.

Comunicándose conmigo a través de melodías que escuchaba siempre en mis sueños, y más sorprendente todavía, eran las maravillas que en esos mismos sueños podía ver y sentir. Tener la infinita suerte de poder ver y sentir el vacío frio del cosmos y como este danzaba alrededor mío con diferentes luces, formas y colores, acompañado siempre de sinfonías que, al escucharlas, le pondrían la piel de gallina hasta el más preparado y valiente. Pero fue una noche en particular, donde las cosas cambiarían de manera drástica para siempre.

Recuerdo que estaba caminando por la playa que siempre visitaba desde que era un niño, admirando el cielo y como este se mezclaba de manera majestuosa con el agua del mar: Aun así, había algo muy particular esta vez. De alguna manera parecía que el universo que en el mar se reflejaba se volvía sólido y firme, y que uno era capaz de poner un pie sobre las aguas sin hundirse hacia el fondo marítimo. Fue en ese momento en donde recordé las palabras de mi viejo amigo; —¡Témeles, a aquellos caminos sombríos por los que ronda tu mente! 

No dude ni un segundo, y me dispuse a caminar sobre las aguas completamente decidido y determinado, a llegar al destino que los grandes habían preparado para mí. Sin duda era algo glorioso de contemplar, me sentía en completa sincronía con el mar y el universo, avance hasta el punto en el que el agua se había apaciguado tanto, que no parecía haber diferencia entre el cielo y el mar: —El cielo y la tierra son uno —me dije a mi mismo. Y seguí caminando por ese eterno mar de estrellas y conocimiento, guiado por un cantico celestial que me hipnotizaba y excitaba al mismo tiempo, y por un instante logre retomar el conocimiento, y cuando voltee a ver atrás me di cuenta de que me hallaba en medio de una nada cósmica, me era imposible saber dónde me encontraba o hacía que lado se encontraba el hemisferio norte y sur. No había nada, más que el universo reflejándose por debajo y encima de mí.

Me llegue a plantear incluso la idea de que podía ser un sueño, pero, aunque así fuera, no tenía la intención de despertar nunca más. Así que seguí mi camino, guiado por la sinfonía tétrica, y me perdí en ese vacío cósmico, en donde nadie me encontraría jamás.

-         -    José Joaquín Díaz.

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