—¿Tienes frío? —me preguntaba con su voz áspera y hueca.
Nunca fui de las personas
que se sienten solas u olvidadas, incluso cuando me encuentro solo, soy capaz
de sentir sus figuras; cuya imagen no podría describir, aunque quisiera, ya que
da la infinita desgracia mía de que soy ciego y paralítico. Aun así, a pesar de
que esta podría ser una condición que a muchos les podría parecer espeluznante,
para mí ha sido sinónimo de calma, paz y serenidad.
Constantemente siento
cómo van de un lado a otro, cómo entran a mi habitación, y hasta soy capaz,
gracias a un prestigioso odio del que se me ha dotado, de oír las
conversaciones que intercambian entre ellos a modo de susurros. Lo más
gratificante de todo es que no tengo que estar preocupándome de si necesitan o
no mi atención, puesto que siempre están pasando de mí.
No podría mencionar ni un
mísero recuerdo de conversación o plática, ya que nunca he mantenido ninguna,
al menos no con ellos. Sé que están ahí, ocupados como siempre, moviéndose de
un lugar a otro completamente agitados y encrespados, alterados me imagino, por
tal vez alguna tarea o trabajo que tengan pendiente, como cualquiera que sienta
agobio y ansiedad por no haber cumplido con ciertas responsabilidades o
deberes. Si tengo que ser franco, reconozco que me da igual, nunca he tenido el
más mínimo interés por la vida de otros: incluso me atrevo a decir que, toda mi
existencia ha sido lo más neutra, serena y ajena de cualquier conflicto
posible. Aun así, puedo confirmar que todavía existen momentos que me llegan a
perturbar, más aún cuando llegan esas frías noches de invierno en donde la
brisa que entra por la ventana de mi habitación es como una señal premonitoria
de que algo no anda bien.
De todos modos, ya me
encuentro muy familiarizado con este tipo de experiencias; recuerdo que al
principio sentía mucho miedo, pero con el paso del tiempo lo fui asimilando con
más calma y franqueza. Sin embargo, es normal que cualquiera pueda sentirse así
si estuviera en una situación similar; después de todo, para muchos sería una
condena terrible el ser desamparado en un albergue abandonado en el cual ningún
ser humano ha puesto el pie en más de veinte años. Pero como mencioné al
principio, esto para mí, lejos de ser una agonía y tortura constante, me ha
brindado mucha paz y serenidad.