Cuando me viste por primera vez no hicieron falta anticuadas presentaciones aburridas; nos servimos del atrevimiento del ojo para desnudar el cuerpo, y después la conciencia, y después las pasiones, y después el miedo que, con vergüenza, dejó escapar la silueta de algún niño perdido que todavía corre por el amplio y vacío espacio de un corazón que ahora es más un refugio que un hogar…
De ahí en
adelante, no habría nada que ocultar. Te condenaste a conocer y degustar la
retorcida entropía de una virtud rota que yacía extinta hace mucho tiempo. Pero
ni siquiera la cacofonía delirante del infierno me reprimía de disfrutar tu
melodía, deslumbrante como arrulladora, que reanimaba apasionadas ascuas de una
nota perdida que ahora es más similar a un eco que a música.
Mi oda
perdida ya no es un mensaje para nadie, no más que tuyo. El amor extraviado en
una mente sin vida solo puede reencontrarse a sí mismo en la voluntad de quien
busca sacrificar lo que lo hace humano para llegar a ser algo más… Alguna vez,
vociferar delirios en voz alta significó algo para mí; ya no más, porque no
existe significado en quien, buscando muerte, encontró paz.
Nada muere
definitivamente, porque la Vida es obstinada; así lo quiso la Muerte. Todo
encuentra su respectivo lugar a su debido tiempo, y mis ojos encontraron su
lugar donde alguna vez yacieron los tuyos. Te di todo de mí para finalmente
traspasar las barreras de la carne y que las memorias encarnadas en cada fibra
ahora fueran revividas a través de ti: una lengua para vociferar delirios y
oídos para deleitarte con lo que el mundo necesita escuchar, las ascuas aún
vivas de una nota que, aunque débil, todavía suena por encima de desoladores
alaridos infernales.
Mi trabajo y
mi obra mueren conmigo, pero en ti quedarán incrustados el valor y significado
de cada cicatriz. Vivir a través de mí, mas no de mí, en amaneceres que
adquieren nuevos colores y atardeceres que se sienten diferentes, en palabras
que ya no son solo letras y en melodías que siempre se pueden escuchar…
Busca un
espejo y ahórrate las anticuadas y aburridas presentaciones; sírvete del
atrevimiento del ojo para desnudarlo todo y finalmente verte como yo siempre lo
hice. Tal vez en tu hogar encuentres la silueta de un niño que corre sin parar.