Había una vez...
febrero 23, 2021Había una vez, un tierno
niño, quien desde pequeño siempre fue muy temeroso; le asustaba y aterraba
cualquier cosa, tenía miedo hasta de su propia sombra.
Los demás no hacían más
que mirarlo, completamente disgustados y decepcionados, puesto que era
imposible de creer que existiera alguien tan cobarde como él, que incluso
saliera corriendo con el aletear de una mariposa y de criaturas tan inocentes
como una hormiga. Sus familiares y amigos temían por él, puesto que ¿cómo haría
para sobrevivir a este mundo tan hostil si ni siquiera quería salir de su casa?
Un pequeño y tierno niño,
cuyos sueños eran tan grandes como el universo mismo, pero que se verían
opacados y entristecidos por los temores que él mismo creaba.
Tenía miedo del mundo, de
la gente y de su mente, de cómo el ser humano podía ser tan despiadado y cruel,
incluso con aquellos que le eran fieles. El egoísmo, la envidia, la soberbia,
la codicia, la ira y la ferocidad con la que el ser humano podía atacar era
algo que simplemente no podía asimilar. Entre lágrimas se repetía: "¿Por
qué la gente se aniquila? ¿Cómo puede haber gente tan cruel, incluso con criaturas
tan inocentes como un bebé?"
A todo le temía, a todo
le huía, pero había una verdad de la que nunca escaparía y que siempre le
atormentaría hasta el fin de sus días. Él tenía corazón, más que cualquiera que
haya existido, más que cualquiera que haya conocido, y eso, lejos de ser un
alivio, significaría para siempre estar condenado a un único destino. Lo más
triste y cruel que la vida puede hacer es traer a una alma tan pura e inocente
a que sobreviva y se aflija por el mundo en el que habita: que todos los días,
sin importar sus intenciones, sin importar sus acciones, sea siempre repudiado
y rechazado por el hecho de tener corazón, por el hecho de ser sentimental y
delicado.
Pero él nunca se
martirizó, nunca se victimizó, nunca se arrepintió. Por el contrario, siempre
luchó y creyó que, en algún momento, le aguardaría algo mejor.
Un día, fuera de todo
pronóstico, mientras disfrutaba y paseaba con su familia, se encontró de frente
a la muerte misma, con una apariencia atemorizante y espeluznante como si fuera
un ente de sombras. Amenazó de frente la vida de quienes él amaba, y, lejos de
huir y salvar su propia vida, se sacrificó por salvar a aquellos que no le
pertenecían. El arma se disparó, y él se interpuso, deteniendo así la bala y
salvando a quienes más amaba.
El ente entonces
desapareció, y el día se iluminó. Mientras lo sostenían entre lágrimas y
agonía, él solo se reía y repetía: "No sé a qué tanto le temía, si al
final no me duele perder la vida, pero me hubiera dolido perder todo lo que
amaba y tenía".
Así, lejos de lo que
cualquiera hubiera pensado, realizó el acto más valiente y noble que nadie
hubiera imaginado, mostrando así la verdadera valentía, sacrificando sus sueños
y esperanzas por aquellos que más lo juzgaban.
Algo que nadie comprende
es que el verdadero valor se encuentra en aquellos actos nobles que nadie está
dispuesto a realizar, ya sea por su orgullo o vanidad. Los verdaderos héroes
siempre serán aquellos a quienes la propia sociedad juzgará, puesto que son
nobles almas con los últimos rasgos únicos de humanidad.
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